¿Es posible educar a un gato?
Esto es así sólo parcialmente. Antes de comenzar a educar al gato, debemos tener en cuenta dos reglas de oro fundamentales, si queremos tener éxito en nuestra misión. La primera de ellas viene dictada por el sentido común, y se trata de tener muchísima paciencia. En cuanto a la segunda, hemos de tener muy claro qué es lo que esperamos conseguir.
Principalmente, no hemos de olvidar algo que, no por obvio, resulta menos cierto: nuestro gato no es un perrito, no debemos esperar de él que nos traiga el periódico o haga piruetas, aunque, siendo un animal de demostrada inteligencia y capacidad de aprendizaje, sí podemos inculcarle una serie de normas y aptitudes que hagan todavía más agradable nuestra convivencia con él.
¿Cómo aprende el gato?
Mientras que el perro, al igual que de diferente modo el hombre, vive socialmente inscrito en una pirámide jerárquica -se muestra dispuesto a cumplir órdenes puesto que reconoce inmediatamente a su superior en rango- el gato es un animal solitario, independiente, acostumbrado a ser un cazador solitario, y que no es en sus orígenes un animal social.
En el esquema mental del gato no tiene cabida el obedecer órdenes a menos que de ello se derive un beneficio directo e inmediato para él: el gato, en este aspecto, actúa según su propio interés, y no tiene necesidad ni mostrará interés alguno por seguir nuestras instrucciones para tenernos contentos ni para congraciarse con nosotros.
El premio, mejor que el castigo
Lo que se debe y lo que no se debe hacer
- Empezar a educar al gato desde el primer día que llegue a casa, no dándole tiempo a desarrollar comportamientos inadecuados.
- Tratar al cachorro con ternura, puesto que es durante las primeras semanas de vida cuando el gato recibe los estímulos que harán de él un adulto sociable y responsable.
- Mostrarnos firmes. Si titubeamos o cambiamos las normas de un día para otro, el gato se dará cuenta y lo aprenderá.
- Sorprenderle con un estímulo desagradable (rociado de agua, ruido seco) cuando haga algo incorrecto, y acariciarle o hablarse suave y dulcemente cuando, por el contrario, aprenda a corregir una conducta negativa.
- Tener mucha paciencia y ser lo suficientemente realistas con respecto a nuestros objetivos.
- Ponernos nerviosos si no conseguimos resultados inmediatos.
- Gritar, castigar, golpear ni encerrar al gato en una habitación ni dejarlo fuera de casa. Conseguiremos no un gato educado, sino un gato temeroso y desconfiado, cuando no agresivo.
- Poner a su alcance tentaciones a las que no se pueda resistir: hilos, agujas, ovillos de lana, comida…
Las “armas” del educador
- Atomizador.– Hay dos cosas que la mayoría de los gatos odian: el agua y las sorpresas. Si le pillamos trepando por las cortinas, o clavando las garras en el sofá nuevo, una rociada sorpresiva obrará maravillas. Importante: que no vea que le apuntamos con el vaporizador; se trata de que relacione la conducta inadecuada con el estímulo desagradable (el agua), no con nuestra persona; si lo hiciera, nos cogería miedo y sencillamente lo haría en nuestra ausencia. Por la misma razón, no debemos gritarle cuando le pillemos “in fraganti”.
- Objetos sonoros.– La sorpresa del ruido fuerte e inesperado interrumpirá la fechoría que el minino esté haciendo.
- Golpecitos.– palmaditas pequeñas, suaves y escondiendo las uñas, en la cara o la cabeza. Es lo que hacen los gatos que adoptan una posición dominante, con respecto al inferior. Si nosotros lo hacemos, siempre suavemente, le estamos diciendo: “eh, que aquí mando yo”.
- Juguetes.- Desde ratoncitos de peluche, bolas llenas de cascabeles, una simple pelota de papel de aluminio, o cualquier cosa que salga de nuestra imaginación, los juguetes combaten el aburrimiento del gato, a la par que facilitan su desarrollo psicológico y se ejercitan físicamente.